Silencio y presencia: trascendiendo los pensamientos que nos distraen
Aprender a detenerse y simplemente observar la mente transforma la experiencia diaria. Contemplarla en silencio fortalece la calma, nos libera de distracciones y nos conecta con la esencia de nuestro ser.
Kriyananda Avtar Sunder Singh
9/16/20255 min read
La mente y su dureza
Y lo que ahí está, generando un ataque durísimo, es la mente.
No traten de silenciarla a la fuerza.
Es más: contémplala. Sí, detente.
— “Oye, voy en la mitad de una vuelta de mala, y la mente no para.” —
Entonces, simplemente detente y obsérvala.
Ten la disposición de mirar, de contemplar, sin intervenir. No te metas, no opines, no generes sentimientos. Solo observa… y verás cómo, muy rápido, se aquieta, se disuelve en silencio.
Ya lo explicó científicamente la física cuántica: el observador modifica lo observado.
La lucha equivocada
Cuando nos peleamos con la idea de que “la mente se calle”, y pensamos:
— “Quiero hacerle un símbolo para que se vaya…” —
no lo hagas.
Porque al hacerlo, nuestro enfoque ya está en lo incorrecto. A esa parte negativa le estamos entregando poder a través de nuestra atención, de nuestra propia energía. Y es una lucha muy dura… una que casi siempre se pierde.
Lo más sencillo —y lo más efectivo— es simplemente detenerse.
Un ejemplo cotidiano
Es como cuando estoy explicando algo en clase y, de repente, alguien me dice:
— “Maestro, maestro, perdón.” —
Entonces hago una pausa, porque necesito escuchar con atención. La persona puede llegar muy acelerada, pero yo me mantengo en contemplación.
Me coloco en una postura de atención y escucha, y puede que termine dándole un consejo. Tal vez le diga:
— “Ah, sí, hazle así.” —
La persona se acelera, dice:
— “Ah, ya, se resolvió.” —
Y yo continúo con mi clase.
Es algo parecido con la mente: no me dejo arrastrar, no lucho contra ella.
Fíjense: si en cambio me pusiera a pensar
— “Oye, ¿por qué me interrumpes? ¿Qué quieres? ¿Sabes cuánto tiempo perdí?” —
ya estaría perdiendo energía.
Y aun así, el tiempo sigue pasando; la hora se acaba y todavía no hemos resuelto lo que realmente necesitaba atención.
Eso mismo sucede con la mente: cuando nos enredamos en la resistencia o el juicio, solo le damos más fuerza.
“No resistáis al mal”
Es entonces cuando Cristo dijo:
— “No resistáis al mal.” —
A eso se refería. Porque eso es el mal.
Recuerden: Satán habita en la mente. Es él quien intenta perturbar tu práctica de mantra, impedir que invoques toda esa energía, todas esas fuerzas divinas, y que las traigas a tu vida y a la tierra.
Y cuando aparece… no te resistas.
No resistirse no significa que él te manipulará, ni que eres débil, ni que tienes que obedecerlo, venerarlo o dejarte pisotear. No.
“No resistáis” significa simplemente: no te pelees.
— A ver, escúchalo. Contémplalo. —
Y cuando te estableces en esa postura de atención y silencio… entonces todo se disuelve.
No te involucres con la mente
Si comienzan a aparecer pensamientos como:
— “Ah, es que esto es por tal razón, y esto por aquello…” —
ya se han implicado.
No. No les están dando ningún mensaje real. Solo intentan distraerlos.
No se metan, no opinen, no juzguen, no se dejen arrastrar por la alegría ni por la tristeza. Es como cuando una persona es intransigente y dice tonterías, y la gente simplemente guarda silencio.
La persona sigue vociferando, pero llega un momento en que el silencio se vuelve abrumador. Termina callándose, porque observa que no hay respuesta en nadie. La gente permanece en silencio.
Exactamente de la misma manera deben tratar a su mente:
— “Ah, ya volvió la mente a generar ruido…” —
Tu estrategia es el silencio.
Y entonces observarás un movimiento muy rápido:
— “Ya llegó… y ya se fue.”
El silencio como disciplina
Si lo hacen así, después van a encontrarse con un silencio tan hermoso aquí arriba. No solo en la sadhana, sino todo el día.
Un ambiente interior muy callado y tranquilo. No es que se fue todo, sino que ya estás disciplinando tu mente. Esa “cosa” ya no va a querer estar contigo porque no la atiendes.
Si ya no reaccionas ante ella, no le estás entregando energía ni poder. La debilitaste. Y ya no puede estar contigo.
La mente no es ingenua. Susurra:
— “Mira, ese que camina por ahí, descuidado… con él es sencillo.” —
Y a ti te deja en paz, mientras se cuelga de alguien más.
Y ahí es donde empieza nuestra fuerza interna para la meditación.
La magia de la quietud
Ahí empieza la magia para trascendernos.
Cuando menos lo esperes, de repente me verás sentado ahí delante de ti.
Y quizá te quedes sorprendido, pensando:
— “¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?” —
Entonces yo te hablaré. Tal vez tome tu mano y te diga:
— “Mira, lo vamos a hacer juntos.” —
No será un momento de mantra para la mente, sino un pequeño viaje. Te mostraré cosas.
Al volver, quizá pienses:
— “No hice sadhana.” —
Pero sí la hiciste. La hiciste conmigo.
Una experiencia especial
Hay una sola alumna en esta escuela —una sola— con la que hago eso.
Al otro día puede estar delante de mí y los dos estamos hablando exactamente de lo mismo. Y tiene 12 años. La única. Nadie más.
Es una certeza tan real como si en este instante nos estuviéramos viendo. Así de fuerte, así de certero es. No es producto de mi imaginación: es así.
Y se sorprenderían, porque cuando todo se aquieta… ahí estoy.
Aparezco tal como me ves físicamente, solo que no podrás abrir tus ojos por ningún motivo.
Es como si un peso de plomo cayera sobre tus párpados, tan denso que no te dejara levantarlos. Mientras más lo intentes, más fuerte sentirás la carga.
Por eso, lo único es relajarse. Porque si logras abrirlos, dejarás de verme.
En cambio, si te sueltas y permites el descanso, el peso desaparece y la comunicación continúa.
La sadhana en la quietud
Y la sadhana que ocurre ahí, en ese instante, es lo que quiero mostrarte. Lo que deseo compartir con todos ustedes.
Pero para llegar a ello, es necesario trascender todo lo que estorba, todo lo que pesa, todo lo que enreda la mente. De lo contrario, nos quedaremos un buen rato atrapados en la lucha… en esa “azotea” donde la mente no para de dar vueltas.
Y no es ahí donde quiero que permanezcan. Porque cuando se suelta esa lucha, lo que llega es algo muy distinto: una sensación de belleza y suavidad.
De verdad, se siente como si todo un día se transformara y pudieras decir:
— “Ah, qué tranquilidad.” —
Sí, escuchas las voces de afuera, pero ya no tienen el mismo poder. Solo atiendes lo esencial, mientras que en tu interior, en lo más alto de ti mismo, aparece un murmullo distinto:
— “Cuánto silencio.” —
Ese silencio es lo que buscas.
Ese silencio es parte de la verdadera felicidad.
Ese silencio es lo que anhela el ser.
Y en ese estado, en esa calma profunda, es donde podremos encontrarnos… y conectar de una manera diferente.